Mustafa y su esposa Salwa provienen de dos aldeas palestinas que están separadas por solo 200 metros, pero separadas por el muro. Su inusual situación de vida está comenzando a afectar su feliz matrimonio, pero la pareja hace lo que puede para que funcione. Todas las noches, Mustafa enciende una luz desde su balcón para desearles buenas noches a sus hijos del otro lado, y ellos le hacen señas para que regrese. Un día Mustafa recibe una llamada que todo padre teme: su hijo ha tenido un accidente. Se apresura al puesto de control donde debe esperar agonizantemente en la fila solo para descubrir que hay un problema con sus huellas dactilares y se le niega la entrada. Desesperado, Mustafa recurre a contratar a un contrabandista para que lo traiga. Su viaje de 200 metros se convierte en una odisea de 200 kilómetros.